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círculo interno se encuentra la verdad, debiendo informar

In Senza categoria on 29 gennaio 2014 at 18:04

círculo interno se encuentra la verdad, debiendo informar a los rabinos o en su caso a los directores espirituales en la Obra, de todos los pormenores y secretos a los que el judío o miembro del Opus Dei tenga acceso, ya sean militares, políticos, administrativos, laborales o de cualquier índole. Los judíos y los miembros del Opus Dei viven permanentemente hipotecados para toda su vida. – Las leyes internas de la secta judaica o de la mafia católica obligan a ventilar las diferencias en el interior. Los trapos sucios se lavan en casa. Las controversias las debe conocer y resolver el rabino o los superiores de la Obra. El escándalo no debe jamás trascender a la opinión pública, que debe vivir en la ignorancia de las interioridades del ghetto y de la Obra. – Al judío, como al numerario que desobedece, se le priva de la relación carnal con su cónyuge, para lo que se insta a la esposa que también suele ser de la Obra – endogamia judía y del Opus o espiritual – que niegue toda relación sexual hasta que el marido vuelva al redil de la obediencia a las órdenes de sus jefes, para que pueda regresar al lecho matrimonial. – Como santa coacción también están permitidas las sanciones pecuniarias, siendo tanto el Opus como el judaísmo los grupos totalitarios mejor financiados del mundo. – El fanatismo y la intransigencia son tan exacerbados que en casos de desobediencia grave y pública puede llegarse a la eliminación física del “desertor” o malsín. En el Opus hay un sin fin de “muertes providenciales” y “misteriosas” de hombres que sabían demasiado y que no interesaban en un momento dado. En el judaísmo sucede otro tanto. Los intereses en juego son tan enormes que no se detienen ante nada.
Cada miembro de la comunidad es un espía para sus hermanos y están obligados a denunciar cualquier signo o síntoma de desafección a las órdenes emanadas o a la comunidad. Por ello en una comunidad basada en la delación no puede haber ni sincera amistad, ni confianza, ni hermandad. Denunciar al descarriado es un timbre de gloria: Ser confidente de las intenciones heterodoxas, un tanto a favor del denunciante. La disciplina mediante este sencillo método está siempre garantizada, por funcionar integrados los sistemas más minuciosos de información, espionaje y traición. Así vemos a hijos denunciar a sus padres, esposas contra esposos, amigos entre sí en todo el mundo judío y del Opus.
– La pena en casos de contumacia en el “error” de la desobediencia y de la liberación del yugo del grupo o comunidad, es el herem o excomunión, lo que conlleva una especie de muerte civil y donde antes era ficticia hermandad, ayuda recíproca y socorros mutuos, de pronto, como por un resorte se convierte en animadversión y muerte civil, negando el pan y la sal, haciendo al que se marcha de la espiral de obediencia el boicot más espantoso en todos los dominios, en el económico, en el social, en el político y en el personal. Hay que arruinarlo, eliminarlo socialmente, desacreditarlo, infamarlo, anularlo y neutralizarlo. – La obediencia se da hasta en la censura previa a las lecturas, los juegos, las diversiones, los espectáculos e incluso los amigos. El no judío es un goim, un extraño; el que no es miembro del Opus Dei, aunque también sea católico, o cristiano, deja de ser un hermano. Toda la información que recaben los judíos o los miembros del Opus Dei sólo debe servir para beneficio del judaísmo o de la Obra, teniendo de esta forma unos controles de información, unas centrales de datos, impresionantes y gratuitas. Conocer es imperar. “Todos los judíos, sin excepción, están obligados por lo menos semanalmente a entregar a su rabino un informe de todo lo que vean, oigan, lean, etc. en la oficina militar, política,
comercial, de prensa y de toda índole donde trabajen, así como de todo lo que vean y oigan en la calle, en el mercado, en la tienda, en la escuela, en el club, en la instrucción pública, militar, periodística universitaria, religiosa, económica, sindical o de cualquier otra índole donde se encuentren o donde ‘ocasionalmente tengan acceso”‘. En el Opus el paralelismo es idéntico pues todos sus miembros están obligados a una entrevista semanal con su direc- tor espiritual a la que se denomina “confidencia” para informarle de las actividades y comunicarle de todo lo que haya tenido conocimiento, visto, oído, leído en cualquier medio en que se haya desenvuelto. El director confecciona con todos los datos que semanalmente le transmiten los miembros un informe que a su vez lo eleva a los superiores y según su importancia y tras la valoración e interés de las informaciones, las mismas se transmiten hasta la cúspide de la Casa Central del Opus en Roma. En el Opus Dei también existen las criadas – la Obra tiene centros donde enseña y adoctrina a las jóvenes para el servicio doméstico en casas de la aristocracia y de la burguesía; son adiestradas para comportarse como agentes del espionaje. En su “confidencia semanal” deben relatar las amistades que frecuentan la casa donde están prestando servicio, las llamadas telefónicas que reciben sus señores, la correspondencia e incluso las conver- saciones que escuchan en el hogar. Existe en el Opus, igual que entre los judíos, la obligación de denunciar todo lo que pasa en el interior de la comunidad o del ghetto, en lo que se refiere al cumplimiento de sus costumbres y normas que en la Obra se denomina la “corrección fraterna”. Esta obligación está dirigida tanto al culpable, a quien hay que tachar y censurar sus faltas con el fin de que se corrija y al director espiritual a quien hay que pedir permiso para desempeñar esta acusación o actuación frente al culpable, lo que significa que también el director espiritual está previamente informado del contenido de la denuncia pública ante los demás miembros del clan. Estas prácticas ejercen un control y una continua vigilancia mutua, creando un ambiente de mutua desconfianza, recelo y sospecha que imposibilita una normal convivencia pero que van configurando el estilo del judaísmo o el espíritu de la Obra. La obligación de la denuncia, con sus continuas sospechas y vigilancia en el Opus es una copia de las vivencias usuales y comunes de los ghettos hebreos, en los que se exigía a sus miembros comunicar al rabino todos los pormenores. Los efectos son idénticos en e! ghetto que en la Obra en tales prácticas. De esta forma se obliga a todos los miembros a actividades de espionaje y de investigación, tan útiles para mantener la cohesión interna y los vínculos de las respectivas comunidades. Las “confidencias” semanales y la “corrección fraterna” son piedras angulares en el funcionamiento de la Obra según la concepción de Escrivá, siendo, en gran parte, la razón de sus éxitos y de su expansión en el mundo entero. Si se suprimieran en el Opus estas técnicas o mecanismos de control, el edificio comenzaría a resquebrajarse, derrumbándose y terminando por carecer de fuerza vital. La información recibida, clasificada, procesada, transmitida a niveles o escalones superiores según su contenido o su importancia son una clave del dominio, la hegemonía, la preponderancia y la falta de escrúpulos y de moral que desarrolla. En el Opus diversos países están a la cabeza de la región. El que sus nombres no sean, por lo general, conocidos, no se debe únicamente a la casualidad. También en cada región, ciertos hombres del sistema están secretamente y en confianza encargados de funciones y cometidos particulares, bien sea del sector finanzas, del comercio, de la enseñanza, etc. sin que sus nombres ni sus misiones sean revelados a los miembros de base y naturalmente
totalmente tapados al conocimiento del resto de los mortales. La vida del ghetto en los judíos y del Opus entre los cristianos repercute en su personalidad y en el interior de sus almas, creando una “estirpe” secreta y “diferenciada” de los demás de sus semejantes, a los que ignoran, pues para el judío y para el Opus, sólo son semejantes los iguales, es decir ellos mismos. Ellos y sólo ellos son los elegidos, los que han hecho un pacto con Dios, la Obra de Dios, el pueblo de la Alianza, los hijos de Israel. Los demás son la basura y la escoria de la humanidad. Por ello la vida y el ordenamiento jurídico de sus leyes del ghetto o de sus constituciones interiores prevalecen sobre la legislación civil o política de cualquier Estado en el que se asienten. Si el judaísmo ha sobrevivido a la dispersión, a la diáspora, o a las contingencias coyunturales ha sido por su espíritu de ghetto que ha generado entre los hebreos un fanatismo despiadado y una fuerza de voluntad fortificada por la educación, la necesidad y su propia miseria, lo que les ha hecho concebir una sed insaciable de oro, poder y dominio. Oro, poder y dominio que son las premisas del Opus Dei, que al igual que en los ghettos, desde el primer momento se inculcan y estimulan los sentimientos de odio, intolerancia y orgullo, sentimientos que experimenta el seleccionado, el “elegido” contra sus adversarios, es decir, contra todos los que no sean judíos o miembros de la Obra. Sus pasiones y voluntades se tensan al máximo. Sus organizaciones, las del Opus y las del ghetto son cerradas; los judíos forman, como dirían Schiller o Fichte, un Estado dentro del Estado. Ghetto y Opus se aprovechan conscientemente de los vicios de sus miembros, de sus pasiones. Como afirma Brafmann en su libro sobre el Kahal, “el mantenimiento del judaísmo sólo fue posible gracias a la implantación del ghetto. La separación era y debía ser la solución, separación por el idioma, la vestimenta, la religión. La religión se conformó conscientemente como una religión de culto. Todo judío – lo mismo se puede aplicar a los miembros de la Obra – se ve obligado intencionadamente a prestar atención a su religión y a sus prohibiciones casi en cada momento de su vida, en cualquier acción y en cualquier pensamiento debido a las innumerables prescripciones, donde uno es moralmente responsable incluso del comportamiento del vecino. Así, la disciplina del ghetto era la principal arma defensiva en la lucha por el mantenimiento del pueblo judío y sus pequeñas colonias” que garantiza la pervivencia. En el ghetto, como en el Opus, la desobediencia se reprime sin contemplaciones y la traición no tiene perdón. Se utiliza el anatema como arma terrible. En el ghetto y en el Opus el ambiente es de soberbia, orgullo e intolerancia, como corresponde al “pueblo elegido” sobre una base religiosa. Para esto sirven sobre todo y fundamentalmente las festividades, los ritos, las celebraciones, las prácticas, los retiros, los ejercicios, las lamentaciones y los rezos… Los cuatro pilares básicos del dogma judío eran la fe en el pacto con Yavé, – el Opus Dei u Obra de Dios también se considera a sí mismo la élite, los selectos, los puros y los elegidos; la pureza de la raza, en el Opus ellos son los inmaculados frente a la contaminación exterior; la fe en ser el pueblo elegido y en el Mesías; para la Obra el Mesías redivivo está representado por el propio Escrivá, cuya figura es objeto de veneración interior. Ghetto y Opus tienen rasgos defensivos. De ahí por una parte su odio al “alter” y a la vez su mimetismo, su desarrollo en paralelo con el secreto de su organización y su fanatismo propio de cerebros alienados y talmúdicos, su odio y su disimulo, su agresividad o su servilismo según las circunstancias, y todo ello en aras de una apariencia de espiritualidad inocua.
En el judaísmo, en la celebración de las fiestas del Pesaj, los rabinos recalcan que un solo israelita agazapado, como nos narra la Biblia, pudo apoderarse del gobierno y de las riquezas de Egipto, con mayor razón puede conseguirlo toda una comunidad judía, infiltrada en una nación. La lección silenciosa la aplica el Opus Dei y fue transmitida en secreto por Escrivá a sus hombres de confianza y a sus más próximos. Otra máxima del Talmud que siguen al pie de la letra los seguidores de Escrivá es aquella que reza: “dondequiera que se establezcan los judíos, es preciso que lleguen a ser los amos y mientras no posean el absoluto dominio, deben considerarse como desterrados y prisioneros, aunque lleguen a dominar algunas naciones, hasta que no las dominen todas, no deben cesar de clamar: ¡Qué tormento! ¡Qué indignidad!”. De forma inconsciente, en el silencio de la termita, Jesús Ynfante nos dice del Opus que “lejos de buscar la transparencia, se entroncan en la oscuridad de los ghettos y de las mafias”

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